9 de agosto de 2010

Cuando la tierra llora


“Cuando la mina llora no hay que entrar, pero si no trabajan nadie come” es la frase que queda retumbando en los oídos. La expresa con dolor y angustia un familiar de los 33 mineros atrapados en la mina San José, en las cercanías de Copiapó.

Luego, con sentimientos de impotencia sus familiares los nombran. Soy la esposa de Alex Vega. Soy el padre de Florencio y Renán Ávalos. Soy la esposa de Mario Gómez. Esta vez, los nombres de cada uno circula de boca en boca de sus compañeros y la forma de nombrarlos recuerda a los familiares de otros hombres y mujeres desaparecidos en tiempos recientemente pasados.

La tragedia es un reflejo de nuestro Chile actual.

Los testimonios de los familiares, de sus compañeros de trabajo, de los dirigentes sindicales nos hablan de que en reiteradas ocasiones, en los últimos años, habían advertido de las inseguras condiciones en que trabajaban. Sólo días antes, el “cerro crujía” produciendo desprendimientos poco habituales y que, por la experiencia acumulada, todos señalan que eran la advertencia del peligro.

Pero si no voy a la mina no como, era la conclusión lógica y dramática. La precariedad del trabajo, la incertidumbre, y la necesidad imperiosa se entrecruzan y dejan en la indefensión a quienes deben laborar diez, doce o más horas al día.

Y ello no ocurre sólo en el norte de nuestro país. Las condiciones laborales desventajosas se repiten una y otra vez en el Chile nuestro de cada día.

¿Qué hacer ahora? Hermano con hermano se pregunta. Así, cuenta la historia que otros mineros, en otro tiempo se preguntaban.

Solidaridad. Solidaridad en el dolor. Solidaridad de clase, de trabajador a trabajador. Solidaridad en el reconocimiento que sólo unidos será posible transformar las condiciones de existencia.

Solidaridad es la palabra que debe retumbar desde el norte al sur y desde el mar a la cordillera.

Ojalá, esta vez, sean encontrados vivos.




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