18 de diciembre de 2006

La identidad nacional, un campo en disputa


¡Vamos…vamos chilenos…! resuena el cántico que ochenta mil voces desde el principal coliseo deportivo de Santiago de Chile envían al espacio, estremeciendo fronteras, cuerpos y almas de quienes habitamos esta tierra.

Son ochenta mil chilenos que participan del acto de clausura de la Teletón, un evento de beneficencia que año tras año se realiza con el fin de reunir fondos para los niños discapacitados y que Mario Kreutzberger, uno de los animadores más reconocidos, no ha dudado en llamar “una fiesta nacional”.

En sus hogares millones de chilenos asisten a la jornada frente al televisor, esperanzados en que la meta fijada por los organizadores sea alcanzada y se manifieste una vez más el ser chileno. Entretanto, el animador no vacila en afirmar que “los chilenos, tantas veces golpeados por catástrofes de todo tipo, saben responder cómo uno solo, cuando son convocados”

La emocionalidad que contienen algunos acontecimientos permite que afloren aquellos aspectos que unen a los chilenos. Pasión que brota también en aquellos que los dividen. ¿De qué otra manera se puede entender, entonces, la dinámica de sucesos ocurridos a partir del deceso del ex-gobernante de facto Augusto Pinochet, arquitecto del nuevo Chile para algunos; dictador procesado por crímenes y fraudes y ganancias ilícitas, para otros?

Pero las alusiones a la chilenidad como elemento identitario que une y desune se suman una tras otra. Tan solo unos días antes de los hechos mencionados, la Pontificia Universidad Católica y la Consultora Adimark, dieron a conocer los resultados de la encuesta Nacional Bicentenario, en la cual “el orgullo de ser chileno se mantiene extremadamente alto” y aunque, se observan algunas diferencias por nivel socioeconómico y edad, el sentimiento se expresa con una altísima puntuación.

Chile, chilenos y chilenidad, son las expresiones reiteradamente sugeridas para hacernos participes de actos cotidianos y del devenir histórico que se constituyen en una clara invitación a descubrir y reflexionar acerca del origen de nuestra identidad, de su permanencia y sus cambios.

Las preguntas que surgen son incontables: ¿En qué consiste ser chileno? ¿Cuáles son los rasgos distintivos del chileno hoy? ¿Qué compartimos y qué no? ¿Las características de los chilenos han permanecido en el tiempo o han cambiado? ¿Está amenazada la chilenidad y por quién?

En una inmediata aproximación, las posibles respuestas se suceden una tras otra. Algunas señalan que tales preguntas se vienen haciendo desde siempre, por lo menos desde la época de la independencia. Otras, agregan que las interrogantes arrecian en tiempos de crisis y de búsqueda. Existen aquellas que afirman que las dudas han existido siempre y es porque hemos vivido permanentemente en crisis, y también se encuentran las que sostienen que las incógnitas se plantean por nuestro origen mestizo.

Contestaciones iniciales que sólo señalan que cualesquiera sea el punto de vista desde el cual se observe, no cabe la menor duda que las respuestas a una misma pregunta puede variar con el tiempo. No es lo mismo preguntarse sobre la identidad chilena en los comienzos de la conquista española (en que se delineaban territorios y se imponían lengua y religión a los pueblos que habitaban y resistían la invasión de sus tierras) que hacerlo hoy, en que han transcurrido más de quinientos años desde la conquista, llevamos consigo una larga historia encarnada en varias generaciones y nos aproximamos al bicentenario de la gesta independentista en medio de procesos globalizadores.

Una aproximación

Jorge Larraín, académico de la Universidad Alberto Hurtado, sostiene que cuando hablamos de una identidad colectiva como lo es la nacional, supone la existencia de un grupo humano que “demanda una cantidad diferente de compromiso de cada miembro individual con dicha comunidad. Una comunidad, agrega Larraín, que implica “una población determinada cuyos miembros individuales nunca conocerán a la mayoría de sus miembros, ni estarán con ellos, ni siquiera oirán, sin embargo, en la mente de cada uno de ellos vive la imagen de su comunión”.

Lo señalado por Larraín parece situar la mirada en el proceso de gestación de lo que sería nuestra nación. Él prefiere hablar de una trayectoria, de un cierto recorrido histórico del país por un lado, y del proceso constitutivo de la identidad por otro, ambos fenómenos profundamente imbricados. El itinerario histórico afirma Larraín, con toda su complejidad, con sus diferentes momentos y etapas facilita el surgimiento de versiones públicas de la identidad.

Es quizás, en referencia a estas versiones públicas de la identidad, a lo que se refiere Álvaro Cuadra, también académico, pero en su caso de la Universidad Arcis, cuando sostiene que la identidad nacional es “un campo en disputa, hay tensiones y fuerzas contrarias que pugnan por adquirir primacía, sea se trate de énfasis marciales, religiosos, sociales o políticos”

Énfasis distinto según los tiempos parecen ser importantes de acuerdo a lo reseñado, pero Larraín agrega algo más, “La identidad no solo mira el pasado donde están guardados los elementos principales de la identidad; también mira al futuro porque la identidad es un proyecto”. Y en ese sentido la “identidad nacional es un proceso histórico permanente de construcción y reconstrucción de la comunidad imaginada que es la nación” manifiesta Larraín.

Posiblemente, el observar los vínculos entre proceso histórico, proyectos de futuro y preeminencia de uno u otro rasgo que pugna por hacerse presente, explique que la identidad nacional no es la misma en la época de la independencia que al comienzo del siglo XX, cuando irrumpe la cuestión social y se configura un nuevo actor social, esta vez de marcado acento popular, propio de los procesos de industrialización alentados desde el Estado. De igual modo, ver la trayectoria de vida de la nación permite entender el impacto que tienen en la identidad los proyectos de futuros instalados en el imaginario colectivo, los procesos democratizadores y solidarios de la década del sesenta en contraposición con los procesos más individualistas y de predominio del mercado de los últimos treinta años.

Devenir histórico, campo en disputa, fuerzas que pugnan por la primacía, entonces, constituyen claves que contribuyen a explicar los vaivenes del transcurrir identitario chileno. Y no sólo lo explican, sino que conforman el contexto en el cual se enmarcan las convocatorias a la chilenidad, las referencias al nacionalismo, los acontecimientos que unen y que dividen a los chilenos y también, establecen la trama que envuelve las respuestas que nosotros los chilenos damos a la citada encuesta del bicentenario.

Lo que une a los chilenos

Andrés Biehl, sociólogo de la Universidad Católica y quien participó de la elaboración de la encuesta citada antes, afirma que la chilenidad que refleja la investigación es “de base popular, bien arraigada, con una identificación muy fuerte con la historia del país, con su tradición y con lo que el país es en general”, y aunque agrega que no sabe muy bien lo que la gente entiende por identidad nacional, lo cierto es que la gente “dice que está identificado”. El sondeo señaló que el 96% de los chilenos califica con nota superior a 5 el orgullo de ser chileno. Calificación que aumenta progresivamente en los sectores sociales más bajos.

A Biehl lo datos de la exploración le parecen curiosos, pues junto al altísimo grado de orgullo por ser chileno, muestran una disposición “a irse fuera del país, a aceptar la globalización, aprender inglés, o dejar de lado algunas tradiciones , también es alta”. Biehl cree con ello “que la gente parece entender que identidad y globalización, con todas sus implicancias, son fenómenos que pueden coexistir, o por lo menos no les plantea un problema existencial”

Álvaro Cuadra, por su parte, prefiere levantar una voz crítica ante los nuevos llamados de una cierta chilenidad. Se pregunta quién o quiénes convocan y asegura que una escucha más atenta descubriría que “contienen elementos discursivos higienizados de toda contaminación histórica o de clase”. Cuadra sostiene que estas referencias a una identidad nacional en un mundo global son resueltos como “dispositivos publicitarios, escenografía de cadenas de supermercados en que entre las ofertas dieciocheras de “lomo vetado” o “vino tinto” o “chicha en botella” han convertido una “fiesta huasa” en algo aséptico”

“Hoy, el dieciocho y todo rasgo nacional se produce en serie de manera industrial por el mercado y los medios”, afirma Cuadra, y complementa “la identidad nacional ha sido absorbida por la industria cultural, que ha devenido en una hiperindustrialización de la cultura para públicos hipermasivos de alcance planetario y la chilenidad no es sino un producto más disponible en las redes para deleite de todos los turistas de Chile y el mundo”.

El durísimo juicio de Cuadra parece, de alguna manera, ser aceptado por Andrés Biehl, quien coincide que la identidad nacional se va redefiniendo y que en el Chile de hoy no es la misma del Chile de ayer. Reconoce que la disposición migratoria existente, se ubica principalmente en las “clases más altas, que seguramente son las más globalizadas y que pueden competir mejor en otro país”. Por el contrario, afirma Biehl, “los sectores populares no están muy dispuestos a irse, y ello se refleja que la identidad nacional es más fuerte en los sectores más bajos”. De allí que reafirme que la identidad nacional tendrá siempre un fuerte componente de raíz popular.

Entre todas las aseveraciones de Biehl, hay algunas que llaman la atención, particularmente cuando asegura que “la identidad nacional es poco beligerante, pese a rasgos de xenofobia y discriminación hacia otras naciones, incluido el pueblo mapuche. Acepta que, eventualmente, en un partido de fútbol con equipos extranjeros puedan manifestarse hechos de violencia, pero no son sustantivos, asegura. Por otro lado, testifica que la actividad de la Teletón, constituye un “simbolismo instalado, de carácter popular que une al país, pero es un simbolismo poco reflexivo”. Biehl sustenta que los simbolismos en Chile responden a “una cultura más oral, más audiovisual y quizás menos reflexiva”, y luego alega que “la gente se junta el 18 de septiembre a celebrar, quizás sin saber mucho qué celebran, pero igual hacen el asado”

Andrés Biehl no duda en reiterar que los chilenos concurren a éstos “rituales nacionales, incluida la Teletón, sin mayor reflexión, en la cual, por todos los medios y todas partes se alienta un sentimiento de identidad nacional”. “Está incluso calendarizada, al igual que el 21 de mayo y otras fechas”, ratifica Biehl.

En un reciente artículo, el sociólogo de la Universidad Arcis, Eduardo Santa Cruz, señala en referencia a la Teletón que “ésta se asocia a una movilización nacional, en función de resaltar una cierta identidad nacional, con un discurso muy retórico y efímero”, pero “constituye una de las formas actuales, quizás muy superficial, que busca dar sentido a una identidad afectada por la internacionalización de los mercados”. Existen otras claves identitarias, que pugnan por hacerse presentes en la configuración identitaria chilena, dice Santa Cruz, pero éstas, por ahora, “se encuentran dispersas y fragmentadas”.

Lo que desune

Biehl reconoce que así como hay causas que unen a los chilenos, modelando la identidad, las hay otras que dividen, sin dejar de influir en ella. Pinochet sería un caso. Aquí, dice, hay otras variables que hay que considerar, porque la figura de Pinochet, divide y une, al mismo tiempo a distintos grupos de chilenos, constituyéndose en una figura que polariza”. Entonces, sostiene, que pese a esta figura que divide, los chilenos se pueden unir en torno a otras cosas. Biehl agrega que “la política ha dividido a los chilenos, y por eso sostiene que la política hoy, es un tema que la gente lo evita actualmente”

Que la política como tema se evita o se enfrenta, depende de los acontecimientos, de eso no cabe duda, pero la política tiene un componente de pasión, pues es a partir de ella, en tanto estructura de poder y proyectos en pugna que se modela la vida de los habitantes de una nación. ¿De qué otra manera pueden entenderse las manifestaciones y la emocionalidad desatadas con la muerte de Pinochet?. Mientras algunos lloran al General y se desplazan al barrio alto de la ciudad para recordar ciertos indicadores económicos de su gestión, en las barriadas populares se le condena por las violaciones de los derechos humanos y se inmortaliza la figura del Presidente Salvador Allende.

“Nuestra identidad está en estrecha relación con los avatares que atraviesan el país”, afirma Álvaro Cuadra, y aduce “que hubo momentos en que las claves identitarias eran distintas, en que los proyectos sociales de igualdad y justicia, así cómo el territorio y el mestizaje constituían elementos de la identidad”. Aquellos momentos del pasado pugnan con otros, sostiene Cuadra, y hoy los “fenómenos que aportan a la identidad se relacionan más con variables mediáticas y de mercado”.

Que el predominio del mercado y la globalización afectan a la identidad parece ser un hecho cierto, más aún por el acelerado ritmo de cambios en todo tipo de relaciones que ha impuesto. En la familia, en el ámbito laboral, en los aspectos religiosos, culturales e incluso la política, las transformaciones son notorias. Hay quienes sostienen que los cambios dificultan la comprensión de la continuidad existente entre el pasado y el hoy; y que en la actualidad, es muy difícil apreciar la trayectoria de nuestro país. Un historiador ha llegado a afirmar que vivimos en un “presente permanente”.

Pero lo cierto, es que la llamada identidad nacional es un espacio en pugna, un verdadero campo de conflictos, en el cual los chilenos participamos de dichos agrupamientos por acción u omisión. Pero todos enlazando nuestro pasado y nuestro presente con nuestras expectativas de futuro para contribuir al desarrollo de una identidad siempre cambiante.

Entretanto, continuaremos gritando y escuchando el “¡Vamos… vamos chilenos!” ya sea en el estadio, o en las calles persiguiendo la comunidad imaginada que cada uno lleva en su corazón… de chileno.